Alguna vez considerada un refugio ideal para miles de venezolanos, Doral se enfrenta hoy a una contradicción amarga: gran parte de su comunidad migrante apoyó a Donald Trump, y ahora es precisamente su administración la que impulsa políticas que podrían expulsarlos del país.
Conocida popularmente como “Doralzuela”, esta ciudad al sur de Florida se transformó en un bastión de venezolanos que huían de la crisis de su país. La mayoría apostó por Trump con la esperanza de que él presionara al régimen de Maduro. Hoy, muchos de esos mismos votantes enfrentan amenazas de deportación y la pérdida de protecciones migratorias clave.
Viviana Ferrer llegó a Doral en 2018. Era una joven abogada sin inglés, pero encontró oportunidades que le permitieron reinventarse. Junto a su socia, fundó Arepa Point, un food truck que hoy vende más de 200 arepas por noche. Como ella, miles de venezolanos transformaron esta ciudad: en 2023, el 32.3% de sus habitantes eran de origen venezolano.
El auge fue notable. Doral dejó de ser terreno ganadero para convertirse en una de las ciudades de mayor crecimiento en EE.UU., gracias en parte a casi 8 millones de migrantes venezolanos que abandonaron su país en la última década.
Sin embargo, la realidad dio un giro inesperado. En las últimas elecciones, más del 60% de Doral votó por Trump. Poco después, su administración canceló el Estatus de Protección Temporal (TPS) para 600 mil venezolanos, suspendió el parole humanitario y comenzó deportaciones masivas. Algunos fueron incluso enviados a centros de detención en Guantánamo o El Salvador, bajo la polémica “Ley de Enemigos Extranjeros”.
"Voté por Trump porque creí que nos iba a ayudar con Maduro. Y ahora resulta que negocia con él y nos cierra la puerta", cuenta una residente que pidió mantener su anonimato. El miedo a las redadas migratorias se ha vuelto común. Negocios venezolanos están siendo vendidos, y familias evalúan regresar a una Venezuela de la que huyeron con lo poco que tenían.
La alcaldesa de Doral, Christi Fraga, enfrenta el dilema de aplicar leyes federales que podrían afectar a sus propios votantes: “Necesitamos proteger a una comunidad que no son criminales, pero tenemos la obligación de cumplir las órdenes”.
El contraste es brutal: mientras la cultura venezolana florece en locales como El Maní o en la música del cuatrista Jorge Glem, muchos migrantes viven con el temor de ser detenidos en cualquier momento. La pregunta que flota en el aire es una sola: “¿A dónde vamos, si ya no podemos volver?”
Doral, ese “pedazo de Venezuela en EE.UU.”, hoy es el espejo de una comunidad que creyó en un sueño americano… y ahora se despierta con una pesadilla política.