Las calles de Bolivia volvieron a sonar, esta vez no con consignas políticas, sino con el ruido de cacerolas vacías que expresan el hartazgo de una población golpeada por la crisis económica. Mientras el precio del dólar y de los productos básicos sigue subiendo, el acceso al combustible se ha vuelto incierto, y la paciencia ciudadana parece agotarse.
Este miércoles se vivieron protestas en varias ciudades del país. En La Paz, comerciantes, microempresarios y vecinos marcharon con ollas vacías exigiendo respuestas al Ministerio de Economía. En Sucre y Llallagua, las juntas vecinales y organizaciones cívicas reclamaron por la especulación en los precios. En Tarija, se anunció un cacerolazo para presionar al gobierno ante los costos cada vez más insostenibles.
El pedido general es claro: dólares para operar, combustibles en todo el país y medidas concretas contra la inflación. La gente quiere hechos, no excusas.
Desde el Gobierno, la respuesta llegó en voz del ministro de Economía, Marcelo Montenegro, quien apuntó a la Asamblea Legislativa por frenar la aprobación de créditos internacionales por 1.800 millones de dólares. Según él, si estos recursos fueran liberados, la presión económica sería menor. “La Asamblea también debe asumir su responsabilidad”, dijo, acusando a la oposición de bloquear los fondos por intereses políticos.
El ministro negó que el presidente Luis Arce busque estos créditos con fines electorales, afirmando que no es candidato presidencial. Sin embargo, evitó referirse a su postulación al Senado.
Mientras tanto, en las calles, las cacerolas siguen resonando. Y no por costumbre, sino porque están vacías.