Nicolás Maduro convirtió un acto juvenil en una demostración de poder bélico. Desde la tarima, no habló de educación ni de empleo, sino de armas: llamó a reservistas, milicianos y jóvenes venezolanos a presentarse este fin de semana en los cuarteles para aprender a disparar en nombre de la “defensa de la patria”.
El discurso llega en un clima de fricción con Estados Unidos y en medio del despliegue de ocho buques estadounidenses en el Caribe, oficialmente con fines antidrogas. Maduro lo leyó de otra manera: “un asedio disfrazado”.
La respuesta no tardó: 25.000 efectivos militares fueron enviados a las fronteras y al litoral, mientras se reactivó la convocatoria a engrosar la Milicia Bolivariana, un cuerpo civil-militar que, aunque anunciado como multitudinario, solo tiene un núcleo reducido realmente entrenado.
“Fusiles, tanques y misiles se movilizan a lo largo y ancho del país. El que quiera paz, debe prepararse para defenderla”, lanzó Maduro en tono de advertencia.
Con 312 unidades militares abiertas para prácticas de tiro, el gobierno apuesta a una militarización que mezcla fiesta política con ejercicios de guerra, dejando a Venezuela entre el fervor patriótico y la incertidumbre de un país que arma a su gente en tiempos de crisis.