El auge de los precios internacionales de la plata, el zinc y el oro ha detonado un problema que crece en silencio: el robo de minerales en Potosí. Lo que antes se veía como actos aislados hoy se ha transformado en una red organizada que mueve millones en el mercado negro.
Los llamados “jucus” no actúan solos ni de forma improvisada. Entran en los socavones en grupos, aprovechan la infraestructura de las cooperativas y sacan material sin invertir nada, arriesgando apenas su vida frente a los gases tóxicos y los derrumbes. El negocio, sin embargo, es tan lucrativo que las bandas no dejan de multiplicarse.
En los últimos meses, la Policía interceptó camiones cargados con complejos de plata y zinc, incautó material valorado en cientos de miles de bolivianos y detuvo a menores de edad involucrados. Pero cada golpe revela algo más preocupante: detrás del robo no solo hay jóvenes que arriesgan la vida, sino también una cadena de compradores dispuestos a legalizar lo robado.
El fenómeno desnuda una contradicción profunda. Mientras las cooperativas luchan por sostener la minería formal, el mercado negro aprovecha la coyuntura y se expande sin control. Potosí no enfrenta solo a los ladrones de socavón, sino a una industria clandestina que se alimenta del precio récord de los minerales y de la ausencia de un control eficaz.